¡Buenos días, encadenadas!
Por fin es viernes, después de una semana muy intensa. Pero estaba deseando que llegase el día de hoy para poder compartir con vosotras el primer capítulo de «Se ofrece musa a tiempo parcial». Ya solo quedan unos pocos días para la publicación del libro, y estoy deseando saber vuestras primeras impresiones. Mientras, espero que este aperitivo os deje con ganas de mucho más.
Espero que tengáis un fantástico fin de semana y ¡feliz lectura!
Nota de la autora
“Es mi opinión que para conservar a una Musa, primero hay que ofrecerle comida. Cómo se alimenta algo que todavía no está ahí es un poco difícil de explicar. Pero vivimos en un clima de paradojas. Una más no debería hacernos daño.”
Ray Bradbury
Este es un libro muy especial para mí por muchos motivos, y el primero y más importante es el de permitirme hacer un homenaje a una figura, en mi vida, imprescindible, pues no imagino un trabajo como el mío sin ella: mi musa. Tan real como mi sombra o el aire que respiro. De hecho, en muchas ocasiones, amigas y compañeras de profesión me han oído decir en mitad del proceso de creación: “Este capítulo lo ha escrito entero ella”.
Y es así. Tantas veces frente al papel he sentido la necesidad de dejarme llevar, sentirme poseída por este ente fascinante y ser consciente nada más que del golpeteo incesante de mis dedos sobre las teclas de mi ordenador. Sin pensar, sin razonar, sin seguir una idea, solo sintiendo y dejándome llevar por los susurros de mi figura mágica. Cuando varias horas más tarde levanto la cabeza de la pantalla y leo lo que he escrito, no soy capaz de entender de dónde han salido todas esas situaciones, sentimientos y momentos que a partir de ese momento van a ser inolvidables para mí. Y es por ella, solo por ella, que guía mis dedos sobre las teclas hechizándome el alma, alentándome a soñar y permitiéndome vivir mil vidas en una, que os ofrezco esta historia, que espero también hechice vuestros corazones.
CAPÍTULO 1
“La mujer musa es la de carne y hueso.”
Rubén Darío
“Se ofrece musa a tiempo parcial”, leyó en voz alta William el anuncio en el periódico, y en sus labios se dibujó una mueca al tiempo que exhalaba un resoplido.
De entre todos los anuncios grotescos y extravagantes que había en el periódico, aquel, impreso con letra cursiva rodeada por una guirnalda de flores y corazones, llamó su atención sobre el resto. Pero el hecho de creer que un trabajo como el suyo dependía de la intervención o influencia de una supuesta musa, más que del trabajo empírico, la profunda investigación del tema y el desarrollo de un exhaustivo plan, era algo totalmente estúpido. Ciertamente en una profesión como la suya, la de escritor, siempre se había hablado del personaje fantástico de “la musa”, pero pensar que verdaderamente una obra literaria pudiese salir de los susurros de un ente como aquel, era algo totalmente descabellado. Y su desazón no llegaba a cotas de desesperación tal, como para siquiera plantearse semejante posibilidad.
La gente estaba decididamente loca en aquella ciudad. “¡Y luego dicen de los neoyorkinos!”, pensó cabeceando. Esa chica se ofrecía como musa, ¿se podía ser más ridícula? ¿Podía alguien creer una majadería como esa? Volvió a doblar el periódico por la página y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Dio otro sorbo a su humeante y fuerte café de la mañana y bajó un par de peldaños, los que separaban dicha zona de la de su amplio salón. Se acercó hasta su enorme escritorio de madera de ébano, prácticamente cubierto por pilas de folios, archivos, documentación, fotografías y su imprescindible iMac. Aparentemente, todo cuanto necesitaba para escribir su próxima novela. Pero no era así. Llevaba con ese proyecto cerca de un año. Un agónico y estresante año, pero todo lo que había conseguido eran cerca de cuatrocientas páginas de bazofia; asquerosa bazofia sin sentido que no servía ni para encender la chimenea.
No se sentó tras el escritorio. Solo se dedicó a dar vueltas en torno a él, mirando todo cuanto lo cubría como si fuesen bombas a punto de explosionar. Y de alguna manera, así era. Pues de no encontrar una solución pronto a su problema, las cosas iban a ponerse muy feas para él.
Hacía casi dos años desde que consiguió su primer y gran éxito como escritor. Indudablemente, ganar un premio Anthony lo había catapultado a la cumbre. Fue bestseller durante meses y había llegado a vislumbrar el futuro brillante que le esperaba como escritor. Las firmas, presentaciones, eventos y entrevistas comenzaron a sucederse durante el siguiente año, sin dejarle tiempo para más. No se quejaba, le había encantado sumergirse en la vorágine de la promoción. Pero toda aquella atención mediática pronto le agenció el título de “La gran promesa del suspense policial”. Las expectativas sobre lo que sería su próxima publicación crecieron al tiempo que su popularidad, cuando su siguiente libro no era ni un proyecto. Y cuanto mayores eran dichas expectativas, más bloqueado se sentía él. Pero el sueño, esa carrera meteórica, solo se afianzaría si conseguía que su segundo libro llegase a impresionar tanto como el primero. De lo contrario, terminaría siendo uno más en la lista de talentos fugaces en ese competitivo mundo.
Tenía que centrarse en el libro. Apenas contaba con tres meses para poder hacerlo. Un gran problema, teniendo en cuenta que en escribir su primera obra tardó casi un año y que prácticamente ya se había gastado casi todo el cuantioso anticipo que había recibido de la editorial al firmar el contrato de la publicación. Para colmo, en su cabeza, todas las ideas que paseaban seguían sin parecerle lo suficientemente buenas.
Resopló con frustración y recordó el anuncio del periódico. “Si las cosas fuesen tan sencillas como llamar a una musa…”. Tras ese pensamiento puso los ojos inmediatamente en blanco. No solo había que estar desesperado, sino ser un auténtico majadero para cometer tal estupidez. Su gesto, esta vez cansado, volvió a dibujar una mueca en su rostro que acentuaba el entrecejo fruncido que se había agenciado los últimos meses, desde que su angustia se había hecho más acusada, y volvió a pensar en quemar aquellas cuatrocientas páginas. No había querido mostrárselas ni a su agente, Gina. Y llevaba tanto tiempo dándole largas que ya no sabía qué más podía decirle para justificar no haberle enviado al menos los primeros capítulos del libro.
Dio un trago a su café y definitivamente se sentó tras el escritorio, pero nada más dejarse caer en su elegante sillón de cuero el aire se volvió espeso y le costó respirar. Se levantó del asiento con tanta rapidez que se tiró el café encima de la camiseta blanca, quemándose el pecho.
—¡Joder! ¿Hay peor forma de empezar el día, William? —se preguntó en voz alta, mientras se miraba completamente manchado. Había caído café sobre su ropa, el suelo, el escritorio y…—. ¡Mierda! —También sobre los folios de bazofia que había sobre él. Cierto que no valían para nada, pero era lo único que tenía. Y si se veía obligado a dar algo que leer a Gina, tendría que salir de ahí.
Se acercó a la cocina a por trapos para limpiar el desastre mientras se sacaba la camiseta por la cabeza cuando el teléfono de casa comenzó a sonar. Fue hasta el aparato y reconoció el número en la pantalla: era Gina, su agente que, como siempre, parecía leerle la mente y decidir llamarlo en el peor momento. No estaba de ánimo para comenzar una discusión que con total seguridad terminaría perdiendo. Gina, además de su agente, era su exnovia. Habían estado juntos casi tres años, la relación más larga que había tenido, y eso le había proporcionado un máster sobre cómo sacarlo de quicio. Esa había sido una de las razones por las que acordaron romper hacía un año. Se apreciaban y respetaban mutuamente, pero eran totalmente incompatibles. A ella le gustaba intentar manipularlo y a él le agotaba ese juego. Ella había querido diseñar su vida y relación a su capricho y él no había estado dispuesto a perder su voz e independencia. Lo mejor para ambos había sido quedar como amigos, aunque Gina seguía intentando con frecuencia meterse en su vida y organizársela más allá de los límites de su carrera profesional.
Por fin el sonido del teléfono cesó y respiró con alivio. Cogió los trapos de la cocina y volvió al escritorio para limpiar concienzudamente la madera, cuando el teléfono volvió a sonar. Sabía que no iba a desistir, era persistente como ella sola. No dejaría de llamarlo hasta que contestase, pero definitivamente no estaba de humor y esperó a que cesase de nuevo. Después fue a poner en silencio el aparato.
Pero entonces fue el timbre de la puerta el que lo interrumpió. Resoplando, fue hasta su dormitorio, tomó una camiseta limpia del cajón de su cómoda y se la puso mientras la persona que llamaba parecía haberse quedado pegada al timbre sin dejar de apretarlo. Cuando llegó hasta la entrada y abrió la puerta, su ánimo estaba más que caldeado. Y entonces, como una exhalación, vio cómo Gina y su leonina melena rubia entraban sin esperar a ser invitadas.
—¿Crees que no tengo otra cosa que hacer más que ir tras de ti, William? —le dijo, girándose para brindarle una mirada entornada y furiosa.
—Buenos días, Gina. No puedo decir que me alegre de verte, pero ya que estás aquí… ¿Quieres un café? —le preguntó cerrando la puerta, y pasando por su lado ignoró deliberadamente su enfado.
La agente no mostró el menor cambio en su gesto.
—No he venido a tomar café, William. De hecho, tengo muchas cosas que hacer esta mañana y me estás obligando a retrasar mi agenda teniendo que venir aquí a hacer de perro guardián.
—Te encanta ese papel. No entiendo por qué te quejas —contestó mientras le servía una taza a pesar de haberla rechazado.
Se la ofreció y ella la miró durante un segundo. Después dejó su bolso sobre uno de los taburetes de la barra de la cocina y tomó la taza con una mueca. William sabía que le costaba claudicar, pero también que era incapaz de resistirse al que sería, con total seguridad, al menos su quinto café de la mañana. Gina era adicta a la cafeína y no pasaba más de dos horas sin tomarse una dosis.
La agente dio un sorbo del oscuro brebaje y paladeó con placer.
—Malongo Blue Mountain Jamaica. —Le informó de la variedad y ella asintió complacida—. Lo comercializa una empresa francesa con sede en Niza especializada en cafés gourmets. Se cultiva a 2.000 metros de altitud y se cosecha a mano con mínima producción —siguió informándola.
Gina inspiró, intentando atrapar todo el aroma que pudo de su taza con los ojos cerrados, y William sonrió al verla deleitarse. Pero inmediatamente se dio cuenta de que estaba siendo manipulada para desviar su atención. Y eso era algo que no podía permitir. La manipulación era su juego, su don especial, y no pensaba caer como una pardilla aunque fuese tentada con el más delicioso de los cafés. Apretó los labios mientras dejaba la taza, sin apurar, sobre la encimera y regaló la más fría de sus miradas a William.
—¿A qué estás jugando? —le preguntó cruzándose de brazos.
—No te entiendo…
—Te tengo por muchas cosas, William, y algunas no son precisamente buenas…
—Gracias —dijo él, cortándola.
Gina apretó de nuevo los labios. No había cosa que le irritase más que verse interrumpida.
—… Pero desde luego no te tengo por estúpido, aunque a veces lo parezcas —apuntilló—. Así que, ahórrame la cantidad de excusas que tengas preparadas para hoy y dime la verdad, ¿qué está pasando? ¿Estás tratando con otro agente?
William la miró perplejo. Ella leyó su gesto y sin darle tiempo a contestar prosiguió.
—Entonces, ¿qué ocurre? No lo entiendo, llevo semanas, meses, llamándote y pidiéndote al menos los primeros capítulos de la novela. Nos quedamos sin tiempo. Ya he recibido tres llamadas de la editora para preguntarme cómo vas y no sé qué decirle porque mantienes en un absoluto hermetismo el proyecto.
—El libro va bien —se limitó a contestar, evitando mirarla mientras recogía su taza de la encimera y la llevaba hasta el fregadero.
—¿El libro va bien? ¿Es todo cuanto piensas decirme? ¿Crees que a estas alturas me conformaré con eso? Quiero al menos el 50% de la novela, William.
—Eso no va a ser posible…
—¿Por qué? —preguntó cruzando los brazos con impaciencia.
—Mira, no te lo tomes a mal, pero necesito repasar lo que llevo antes de dártelo. Aún no estoy listo.
—¿Qué aún no estás listo? ¡William, eso es inaceptable! Ya te he dicho que no disponemos de tiempo…
—Inaceptable o no, es lo que hay. Lo siento, pero es así —zanjó él, imitando su gesto y cruzando los fuertes brazos sobre su amplio pecho.
Gina enarcó una ceja perfecta ante su actitud ofuscada.
—No, no es lo que hay —dijo sin dejarse amedrentar.
William podía sacarle tres palmos de altura y tener unos brazos como para partir en dos su menudo cuerpo. Su ceño fruncido y postura defensiva dejaba claro que no pensaba colaborar, pero ella no se dejaba amilanar por nadie y, mostrándole la más estudiada de sus sonrisas, giró sobre sus talones y fue derecha al escritorio de su ex con paso decidido. Cuando él quiso reaccionar ella ya estaba frente a la pila de folios que tenía sobre la oscura madera.
—¡Gina…! —le gritó William en tono de advertencia.
—¿Es esto verdad? Me lo llevo —decidió en el momento, y tomó el gran taco de hojas impresas. Se abrazó a ellas como si le fuese la vida en el gesto y comenzó a dirigirse a la puerta.
—¡No te los vas a llevar! —le advirtió en tono frío.
—Estoy deseando saber cómo piensas impedirlo —lo retó.
William suspiró con frustración. Gina era terca como una mula, y si estaba completamente decidida a llevarse la bazofia no iba a poder impedírselo. Una vez más tenía ganas de estrangularla. Intentó reafirmar su postura volviendo a cruzarse de brazos ante ella, junto a la puerta, pero Gina se limitó a sonreír triunfal al pasar por su lado. Y no pudiendo evitar hacer alarde de su victoria, se detuvo junto a él, posó una mano sobre su pétrea mejilla y le dijo:
—No te tenses querido, no es bueno para la creatividad. —Le dio una palmadita y salió del loft con paso victorioso, plenamente satisfecha.
En cuanto desapareció, William cerró la puerta y se apoyó en ella, dejando salir el aire contenido en los pulmones. “Estoy acabado, pensó”. Definitivamente acabado. Sabía lo que Gina diría en cuanto leyese aquel manuscrito. No creía ni que llegase a terminarlo. Al menos él no lo haría.
Adiós a su carrera como escritor. Era el momento de asumirlo.
Y hasta aquí el primer capítulo. Espero que os haya gustado. Estaré encantada de que me dejéis vuestras primeras impresiones. Y si queréis seguir leyendo…
Link de compra Amazon: relinks.me/B015JQRJ76
Un besazo